Ciclogaña
Aborrezco las palmeras citadinas que se resisten a sentir frío pretendiendo que están todavía en alguna costa corroncha al lado del mar. El mar para esos intentos no finiquitados de árbol es el pavimento y las aceras son la arena donde ellas, prepotentemente, se han establecido y cuyo espacio han legitimado como suyo. Pero, ya decía el famoso jingle: bogotá, bogotá no tiene mar, bogotá no tiene mar pero tiene ciclovía!. Cosa cierta aquella, la ciclovía es un espacio más que propicio para cual bacanal inmoral se quiera llevar a cabo. Qué son las carpas donde se ofrece una pony malta + sanduche con jamón de cucarrón de verano por 900 pesos sino pequeñas islas paradisiacas en medio de nuestro oceano de ciclistas? ¡Porque además todos son ciclistas! aficionados pero ciclistas al fin y al cabo (o en el peor de los casos atletas o "caminadores de marcha"), cuyo ideal es, o andar a toda miércoles llevándose en los cachos a cuanto niño de 3 años montado en triciclo de calamargo se quiera, o andar a velocidades minúsculas que podrían competir fácilmente con las alcanzadas por el cucarrón muerto mencionado anteriormente. No es que odie la ciclovía (hace años no voy seriamente), pero sí me perturba la idea que la gente salga con la mentalidad que el jingle fomentaba en nosotros, se sumerja en aquel mar de sudor salado y regrese a la casa diciendo "uy, a pesar de que me le cascaron al chino y me pelaron los billetes, pues camine mija el otro domingo y le pegamos al sanduche de "cordero" de novecientos".
Suena: Bob esponja (si alguien ha visto ese triciclo de calamargo, obséquiemelo)