viernes, noviembre 17, 2006

cartografía (ii)

VII

Estos pasos, esta corriente, este tránsito pasajero para el mundo pero angustiosamente indefinido para mí. Tu color perdura, baldío, tan dentro de mi voz : eres como esas flores que se llaman pensamientos.

VIII

No, no hay en este lluvia un centímetro de resguardo porque tu mundo se esfuma y punto, porque tu miedo se vuelve alas y tú te vuelves cuervo al que a veces le conviene oler la muerte del muerto.

IX

—¡Habrá dos gatos en la ventana!, me gritaste desde el fondo de tu baúl dibujado por las gotas de otro tiempo. Yo los busco desde que lo dijiste. O desde que lo escuché. Es que estabas tan ajeno a mis manos ya podridas por el tiempo, ya resignadas a la mansedumbre de mis pies, que yo no sabía descifrar el espacio entre tu voz y el impalpable eco de una palabra que ha dejado de ser.

X

A su paso, los años van sembrando girasoles muertos en el cemento de la casa, y ella es el único lugar donde pueden habitar mis escasos —fingidos— ademanes de sorpresa. Tan lejos de mí; yo.

XI

En la mañana, ayer, de noche, de tarde, salí a buscar pequeños pozos de duendes y lilas profundas. Ni un segundo me sentí capaz de resistir la brisa de diferentes formas del hielo porque sólo buscaban derretirse en mi espalda: ¡algunas se parecían tanto a ti!.
Estas pequeñas búsquedas me transponen a un espejo que refleja a la eterna y sometida víctima del mundo y sus lugares.

XII

Digo esto y el planeta se enmudece. ¿Podrá mi cuerpo volver a florecer? insípido, incoloro, tenue; se parece al agua sin ser nada de ella. Sin ser.

XIII

Ahora te ordeno que entres. Desde el alba, despierta: crece. Desde este atardecer aparécete con formas conocidas y antiguas: "Sus ojos son dos gotas de té", vuélvelo a cantar. Te lo ordeno.

XIV

Ahora, por la ventana de los gatos: —¡Mírala fijamente hasta que desaparezca!, dijiste. Ahora desaparece, es cierto, pero: ¿y qué?, ¿dónde dejaste las margaritas que adornaban mi casa cuando ésta jugaba a sentirse cementerio?, ¿dónde dejaste las flores de mi muerte?, ¿dónde están ahora?.

XV

En últimas, mi cuerpo se enmohece por las olas heladas que recuerdo. ¿Acaso soy más que este desteñirse, más que este caminar hacia ti sin moverme de mi impenetrable asilo?, ¿puedo saberme como algo que no sea este esmalte a medias o este mi miedo de palabras que me unen a la tierra como si fueran raíces implacables?, ¿puedo pretenderme diferente a la muchacha hecha de tierra estéril que el espejo se empeña en mostrarme?. ¡Tercos trazos!. La sombra, ¿es un error del sol o es sólo alguien, algo, en fin, que se rehúsa a tocar la luz?

XVI

Final. El asesino está en la escena con su disfraz de cuervo, como antes. El asesino busca la carne de su víctima hasta desenterrarla de su propia tumba. El asesino contempla y desgarra las ropas de la que se acuesta, tímidamente, a morir.

jueves, noviembre 16, 2006

Continuidad

No nombrar las cosas por sus nombres. Las cosas
tienen bordes dentados, vegetación lujuriosa. Pero
quién habla en la habitación llena de ojos. Quién
dentellea con una boca de papel. Nombres que
vienen, sombras con máscaras. Cúrame del vacío —dije.
(La luz se amaba en mi oscuridad. Supe que
ya no había cuando me encontré diciendo: soy yo.)
Cúrame —dije.

.Alejandra Pizarnik, 1968.

martes, noviembre 14, 2006

cartografía

I

Veo a una persona. La primera persona que hubo está sentada junto a la segunda persona. Yo puedo observar y tocar su verde asfalto con las yemas de mis dedos. Los dibujo, también.

II

El país se disfraza, se pone una máscara y un ropaje asombroso y brillante. Lo hace como preparándose para un show de exquisita importancia. Mientras las burbujas nacen de las faldas de terciopelo rosa y de los corbatines impecables, el rocío se resiste a ser en las calles: la noche planea existir sólo como un no color.
La noche tiende a contrastar, a retener, a contradecir, a censurar. Siempre.

III

La ausencia de lo que evado ahora es la permanencia que en el futuro dibujará mis noches, mis días sin sol e incluso sin nubes que consideren borrarse. Cielo despejado al que me rehuso. Al que me resigno.

IV

Los lirios de tu cama cambian constantemente de color y de tiempos. No saben escucharte, y yo les hablo, sin embargo. Con ellos comparto cosas como la lejanía y como el tender inútilmente a reemplazar lo que ya se ha ido. Comparto el lugar sobre la almohada y el silencio de un cuarto con techos de papel, paredes de viento y antiguos cementerios de breves notitas musicales en clave de sol en los tapetes.

V

Y sin embargo te sigo escuchando. Te sigo, y también me desvanezco como puntitos multicolor en unos ojos cerrados al escucharte cuando tu voz quiere estar. El resto de momentos me conformo con todo lo demás que recojo del mundo: con buscarte en los tulipanes de mi mesita de noche o con saberte condensado como arena en la ventana.

VI

Cuando mi mente inoportuna se empeña en volverte formas y en dibujarte con contrastes de verdes y violetas, mis manos no saben qué hacer. Se desesperan, me hieren. Esta policromía excesiva me desgasta y me mata como esa gota que cae en el cuello del sentenciado y lo aniquila con dulzura, con la levedad asesina de lo que se busca para saciar la sed.

martes, noviembre 07, 2006

preludio

pero no es este placer de abandonarme al musgo verde como el llano
o a la permanencia de las rocas del río de mis pasados meses.
tampoco es la sensación de expandirme agonizando hacia lo eterno
sólo para revivir después en el gris otoño de tus días.
es sólo que la necia niña de mirada y zapatos blancos busca debajo de los parques ese prisma triangular donde habitaste desde siempre.
tus antiguas figuras la recorren,
la buscan,
la persiguen
en el patio, bajo las claras ondulaciones del cerezo que lo ve y lo conoce todo.
en tus ojos profundos como la selva ella juega y se esconde
y tú la persigues como se persigue un año o el mediodía de un domingo,
la buscas detrás del color de los almendros
y encima de la sombra de los alcázares.
ruegas porque esta tonta niña aparezca y caiga de cansancio de nuevo entre tus ya cansados brazos.

como el tiempo,
yo miro desde la ventana que daba a mi jardín desde el cuarto de mi madre,
miro y me compadezco de la torpe niña que te busca huyendo de ti,
del cuerpo de papel,
del tacto de agua,
de los pasos que no dejan de buscarte aunque te encuentren siempre,
como una aparición o una sombra de lo ya ido.

perpleja, la muerte de los días nos mira a los tres,
nos mira y se avergüenza de esta casa llena de ti
y de esta niña que sigue corriendo
y de estas manos que no cesan de existir aunque debieran.
porque hay en esta casa muros que se expanden como yo y como la niña
y preguntas que han dejado de ser suicidios para convertirse en muertes.
entonces, los retazos de tu crimen me persiguen:
tu partida es plástica,
tu olvido es de ropas y libros,
tu ataud es como tú cuando vivías, tu muerte no te anida al pasado:
más bien te obliga a ser objeto, pared, punto suspensivo.
te ata a ser plegaria y pozo donde confluyen mis tristezas.
tu muerte hace que esta niña no cese de morir.

este desvanecimiento atemporal,
ilógico,
se detiene en tus manos de cadáver del tiempo.
la muchachita de pies de barro gira en los círculos que tú marcaste cuando vivías,
pero no es para ella el placer de abandonarse sobre el eterno llano,
no es anhelar desde este infierno colmado de sol que tus otoños vuelvan:
es sólo que la niña se mira a veces mientras juega
y entonces me mira a mí y te reclama desde su selva,
desde su domingo,
y yo no sé qué responderle
porque tu muerte es tan cierta
que mirarla no nos basta.

miércoles, noviembre 01, 2006

exilio

alguna vez construí un bosque de orquídeas amarillas y azules que hacía parte de un mundo más grande compuesto sólo por bosques exactamente iguales que otros habían construído épocas atrás. mi bosque no era diferente, mucho menos innovador o interesante a los ojos de cualquier otra persona acostumbrada a ver orquídeas amarillas y azules. lo que pasa es que en la tarde de un día unas semillas extrañísimas se sembraron a sí mismas en los confines de las verdes nubes y entonces mi bosque cambió. las flores que antes despedían a los niños en la puerta de su casa y que secaban las lágrimas de las madres que, agonizantes en su soledad, se abandonaban a la salida del sol estaban ahora inconsolablemente marchitas, mientras que las raíces que salían del cielo amenazaban la vida de mi bosque con un color púrpura siniestro y triste. las flores del pasto, de las terrazas, de los insondables valles de trigo, de debajo de las piedras, de la orilla del río, de la casa de los osos cafés y de los floreros de la colmena de las abejas se consumían y se rehusaban a mirar hacia arriba porque sentían que las flores aéreas que inspiraban tanto terror vendrían a tomar su lugar.
algo parecido pasó, y entonces llegó el día en que no quedaba ni una sola orquídea en los prados ni en los bosques ni en los balcones ni en las materas de las madres porque los pétalos flotantes sembrados allá arriba las habían enseñado a volar.

ahora, de mañana, mis orquídeas me saludan con un leve asomo de complicidad. yo me regocijo sembrando pétalos y hojas en huertas de muy lejos, donde el cielo se ve más oscuro y el amarillo de mis antiguas flores es, al menos para mis ojos, un poco más ocre.
desde lejos.