martes, abril 10, 2007

rito

xx.

Las canciones surgen de la levedad de la vida que ahora se muestra en el vaivén del viento, los acordes de cientos de años de civilización se reducen al instante en el que el aire salado y azul toca mi cara. Ahora estoy al frente. Algo pasa en el cielo mientras el frío de la arena se mueve bajo mis pies, algo pasa cuando cruzo el umbral de la realidad y me reduzco a pequeños y separados granitos de arena que no consiguen uniformidad. Estoy al frente, y voces hablan desde el fondo del mar. Suenan los ríos y los océanos del tiempo, suena la nieve de otros mares y el sol que ahora mismo se levanta en medio de la inmensidad de la nada. Suena, consigo escuchar el eco de los años cuyas corrientes han venido a dar a mí. Veo el mar, veo su movimiento y siento que podría suspenderme en el terreno de lo sonoro, de lo eternamente inhabitable, y que podría estar allí por todos los años que faltan.

xxi.

Veo la tristeza cundirse en los rostros de los hombres, cae el fuego sobre las bocas y sobre mares lejanos se dibuja la silueta del dolor que siempre ha permanecido en lugares innombrales, nunca antes conocidos.

xxii.

Cuando alguna parte de mis manos se acerca a la vida puedo volver a mirar. Como si fuera la voz del cielo, las tormentas me devuelven al agua y a la tierra. Ahí sé que se vuelve al principio una y otra vez, que se devuelven los pasos en el tiempo y en el espacio, que se empieza a desandar los caminos que se creían plenamente recorridos y que parte de caminar consiste en el retorno. Se vuelve al principio sin saberlo, y me doy cuenta cuando parte de mis manos se acercan a la vida y vuelven a tocar y vuelven a sentir y vuelven a ser manos.