domingo, diciembre 31, 2006

{recortes finales}


d
istantes y nunca tan próximos
caminamos sobre una tierra que zozobra
acostados en ella o simplemente de pie
sentimos el corcoveo del tiempo

no se trata de llamas temibles
ni de mares ingobernables
en esta tierra la mente y el cuerpo
tienen el mismo vaivén
en el aire que carece de peso
ya que nada es diferente en la memoria
de lo que hemos visto o imaginado

soñamos como vivimos
esperando sin certeza ni ciencia
lo único que sospechamos definitivo
el acorde final en esta vaga música
que nos encierra

a veces la duda
explícita como una flor
con pétalos y señales nos induce
a girar en nuestros ejes
a tener sed
a beber entintando labios imaginados
en el odre más viejo y mortal

lugar oscuro sitio de luz
sería el cielo en el ojo que se mira
en la mano que se cierra
para asirse a sí misma
en lo inmensamente abierto

a la postre como quien cierra un ataud
o una carta
un rayo de sol
como una espada asomará para cegarnos
y abrir de par en par la oscuridad
como una fruta asombrosamente herida
como una puerta que nada oculta
y sólo guarda lo mismo


.Blanca varela [concierto animal, #19]
.

Ahora podría dedicarme a renacer después de haber contemplado de cerca una muerte tan trágica como la de una margarita deshojada por el enamorado que nunca logró amar. Ahora podría contar las horas con segundos de agua y clepsidras, ahora podría saber que el tiempo es sólo miedo y pausa eterna que rectifica la estúpida vaguedad de todo lo que dice existir.
Puedo decir, de todas formas, que el naufragio algunas veces deja de ser tan próximo. A veces se parece a los oasis marinos de agua dulce que confirman la existencia, y entonces siempre termina sobreviviendo una flor que puede mostrar tierra firme. Siempre el corcoveo del tiempo sigue siendo indispensable para que la piel nazca y muera eternamente en el paraíso que, a pesar de la realidad del dolor y de los ríos del silencio, se sigue construyendo con pequeños ladrillos azules de mar.

La puerta sigue cerrada y la tierra que huele a muerto se sostiene, hermética, en el mismo punto a pesar de girar, pero el olor del mar puede llamar, puede hacer creer: el olor de lo que no se toca, de eso que sólo se puede conocer creyendo, aprendiendo a creer, aunque la duda florezca y el aire se vuelva cada día un poco más irrespirable y más nocivo.