viernes, diciembre 01, 2006

primero de diciembre

y me veo partir
soy un barco que se hace a la mar
y en todo retorno un cambio nacerá
L.A Spinetta


A veces siento esa impotencia humana que no viene de ningún lugar diferente al miedo canalla que enceguece. Depronto los lugares me opacan, no las personas. Entonces, en algún instante que no sé identificar bien, el aire deja de pasar a mis pulmones, simplemente se detiene frente a mi cuerpo y se rehusa abiertamente a entrar en mí. Ya no puedo hacer más que agonizar sobre el piso y empezar a arrastrarme buscando ese aire de magnolias que me facilite vivir al menos un día más. Por eso es que tengo que dar la espalda a veces, a pasos, a golpecitos. Tengo que irme porque de lo contrario me voy hundiendo lentamente en el pozo de los días y tengo que soportar en mi cabeza el color de un mismo cielo que empieza a repetirse y que me es insoportable. De lo contrario, tengo que soportar un dolor muy agudo en mi pecho, en mis pulmones. Sólo sé que corro en círculos que cada vez creo conocer mejor, sólo sé que mi alma está en una parte que no puedo alcanzar, que no quiero. Sé que empiezo a correr y que de repente los pasos y el camino dejan de tener sentido y entonces el mismo miedo que me había obligado a partir me obliga ahora a mirar atrás y a ver todo lo que voy dejando. La confusión me carcome el pecho y los pulmones antes vacíos ahora se ahogan por el exceso de aire. Sigo mirando para atrás, y entonces se me hace tan absurdo lo que veo y lo que no había visto, se me hace tan inverosímil el correr pero a la vez tan necesario volver. El placer de regresar es descaradamente egoísta, me avergüenzo de él, me avergüenzo de necesitarlo, me avergüenzo de no merecer a muchas personas que están y que no están, me avergüenzo de mi presencia intermitente y profundamente mezquina.

Finalmente confirmo que mi impotencia no viene de otro lugar diferente al miedo. Finalmente sé que siempre hay un cielo cargado de colores y de viejas letras que a veces se muestra como el intocable firmamento que permanece inmóvil, pero que va cambiando sin que los ojos se atrevan a percibirlo. Finalmente sé que días blancos están en algún lugar y tienen la forma de un mar de luz. Tal vez sólo hace falta paciencia para estar con alguien sobre el pasto observando cómo, por más que intente detallar cada movimiento y cada flujo, el cielo continúa cambiando ante mis ojos sin hacerme evidente los pasos que sigue. El nacimiento de sol requiere cuidado y sosiego, requiere observar descifrando sólo lo suficiente, requiere aprender a observar. Tal vez sólo necesito esperar, esperar como se espera el nacimiento de un fruto, esperar ese retorno, esperar el acaecer de días nuevos que vendrán cargados de ilusiones restauradas y de espíritu, nada más que espíritu y, sí tengo suerte, de un poco de honestidad.