martes, noviembre 14, 2006

cartografía

I

Veo a una persona. La primera persona que hubo está sentada junto a la segunda persona. Yo puedo observar y tocar su verde asfalto con las yemas de mis dedos. Los dibujo, también.

II

El país se disfraza, se pone una máscara y un ropaje asombroso y brillante. Lo hace como preparándose para un show de exquisita importancia. Mientras las burbujas nacen de las faldas de terciopelo rosa y de los corbatines impecables, el rocío se resiste a ser en las calles: la noche planea existir sólo como un no color.
La noche tiende a contrastar, a retener, a contradecir, a censurar. Siempre.

III

La ausencia de lo que evado ahora es la permanencia que en el futuro dibujará mis noches, mis días sin sol e incluso sin nubes que consideren borrarse. Cielo despejado al que me rehuso. Al que me resigno.

IV

Los lirios de tu cama cambian constantemente de color y de tiempos. No saben escucharte, y yo les hablo, sin embargo. Con ellos comparto cosas como la lejanía y como el tender inútilmente a reemplazar lo que ya se ha ido. Comparto el lugar sobre la almohada y el silencio de un cuarto con techos de papel, paredes de viento y antiguos cementerios de breves notitas musicales en clave de sol en los tapetes.

V

Y sin embargo te sigo escuchando. Te sigo, y también me desvanezco como puntitos multicolor en unos ojos cerrados al escucharte cuando tu voz quiere estar. El resto de momentos me conformo con todo lo demás que recojo del mundo: con buscarte en los tulipanes de mi mesita de noche o con saberte condensado como arena en la ventana.

VI

Cuando mi mente inoportuna se empeña en volverte formas y en dibujarte con contrastes de verdes y violetas, mis manos no saben qué hacer. Se desesperan, me hieren. Esta policromía excesiva me desgasta y me mata como esa gota que cae en el cuello del sentenciado y lo aniquila con dulzura, con la levedad asesina de lo que se busca para saciar la sed.