sábado, marzo 24, 2007

shiver

i.

Tránsito. Estación que acaba y que mi cuerpo padece.

ii.

Sé que hay una noche y un lugar propicio para enfrentar con palabras la vaguedad del mundo que ahora se desnuda ante mí. Finalmente llega un momento especial en el tiempo, un lapso compuesto por segundos evanescentes que parten de los dedos y caen resbalándose y deshaciendose mientras tocan el brazo y sus distantes curvas. Los segundos se evaporan, y todo dura tan poco que deja de merecer ser recordado.

iii.

Las gotas caen obligándome a recordar que el día no está vivo. La sangre de la noche grita y suspira contra mí, golpea mi ventana con tanta fuerza que casi la rompe y hace que en mi cuarto empiecen a entrar las ventiscas que anuncian el invierno.

iv.

Escribir para dejar de hablar, para gritar, para sobrevivir dos horas más. Escribir para no sentir la frialdad del piso tan familiar o para desamarrar los lazos que se han encargado, hasta el momento, de sujetar mis manos a los árboles que me invento y de hacerlas ajenas a mi cuerpo, a ellas mismas. No logro escribir. Mi cuerpo se evapora lentamente y, con él, mi espacio deja de ser materia y es nada, es polvo y pasado. Mi cuerpo empieza a ser de sombra y del humo que corroe a su paso todo lo que intenta tocar. El proceso surge del fondo de mi boca, las voces que conviven a mi alrededor corren desesperadas hacia mi garganta y confluyen todas allí; entonces empiezan a gritar desde lo más profundo de mi cuerpo sin que yo pueda silenciarlas. Gritan, se quejan y me reclaman que sea yo, en mi totalidad, el único nido que alberga el dolor que invade al resto del planeta.