cartografía (ii)
VII
Estos pasos, esta corriente, este tránsito pasajero para el mundo pero angustiosamente indefinido para mí. Tu color perdura, baldío, tan dentro de mi voz : eres como esas flores que se llaman pensamientos.
VIII
No, no hay en este lluvia un centímetro de resguardo porque tu mundo se esfuma y punto, porque tu miedo se vuelve alas y tú te vuelves cuervo al que a veces le conviene oler la muerte del muerto.
IX
—¡Habrá dos gatos en la ventana!, me gritaste desde el fondo de tu baúl dibujado por las gotas de otro tiempo. Yo los busco desde que lo dijiste. O desde que lo escuché. Es que estabas tan ajeno a mis manos ya podridas por el tiempo, ya resignadas a la mansedumbre de mis pies, que yo no sabía descifrar el espacio entre tu voz y el impalpable eco de una palabra que ha dejado de ser.
X
A su paso, los años van sembrando girasoles muertos en el cemento de la casa, y ella es el único lugar donde pueden habitar mis escasos —fingidos— ademanes de sorpresa. Tan lejos de mí; yo.
XI
En la mañana, ayer, de noche, de tarde, salí a buscar pequeños pozos de duendes y lilas profundas. Ni un segundo me sentí capaz de resistir la brisa de diferentes formas del hielo porque sólo buscaban derretirse en mi espalda: ¡algunas se parecían tanto a ti!.
Estas pequeñas búsquedas me transponen a un espejo que refleja a la eterna y sometida víctima del mundo y sus lugares.
XII
Digo esto y el planeta se enmudece. ¿Podrá mi cuerpo volver a florecer? insípido, incoloro, tenue; se parece al agua sin ser nada de ella. Sin ser.
XIII
Ahora te ordeno que entres. Desde el alba, despierta: crece. Desde este atardecer aparécete con formas conocidas y antiguas: "Sus ojos son dos gotas de té", vuélvelo a cantar. Te lo ordeno.
XIV
Ahora, por la ventana de los gatos: —¡Mírala fijamente hasta que desaparezca!, dijiste. Ahora desaparece, es cierto, pero: ¿y qué?, ¿dónde dejaste las margaritas que adornaban mi casa cuando ésta jugaba a sentirse cementerio?, ¿dónde dejaste las flores de mi muerte?, ¿dónde están ahora?.
XV
En últimas, mi cuerpo se enmohece por las olas heladas que recuerdo. ¿Acaso soy más que este desteñirse, más que este caminar hacia ti sin moverme de mi impenetrable asilo?, ¿puedo saberme como algo que no sea este esmalte a medias o este mi miedo de palabras que me unen a la tierra como si fueran raíces implacables?, ¿puedo pretenderme diferente a la muchacha hecha de tierra estéril que el espejo se empeña en mostrarme?. ¡Tercos trazos!. La sombra, ¿es un error del sol o es sólo alguien, algo, en fin, que se rehúsa a tocar la luz?
XVI
Final. El asesino está en la escena con su disfraz de cuervo, como antes. El asesino busca la carne de su víctima hasta desenterrarla de su propia tumba. El asesino contempla y desgarra las ropas de la que se acuesta, tímidamente, a morir.