lunes, julio 17, 2006

Curumaní, Cesar.



Volví a donde Ramón. Volví al pueblo aquel que se construye de partes del río magdalena y de la carretera que lo atraviesa. Volví al restaurante ese y me volví a encontrar con las mismas personas.

En ese momento recordé que lo que me duele no es acercarme a la debilidad de los demás, a la insolencia de un estado disfuncional o a la miserable condición de personas sin ningún sentido del respeto que se sienten con la obligación de escupir a los otros. Recordé claramente que lo que me retuerce las entrañas es observar eso y volver siete meses después y saber que las cosas no cambian porque sí. Entendí que si yo a duras pensas me indigné por un tiempo pero no moví ni un pie ni una mano no tengo ningún derecho a indignarme otra vez en tanto estoy actuando como los demás, como la gente. Estoy mirando pero después estoy cerrando los ojos, estoy cruzando los brazos, estoy mostrando la espalda y estoy dando esos pasos lentos y cobardes que me alejan poco a poco de ese escenario y a los que siempre le tuve repulsión. Estoy poniéndome anestesias, estoy huyendo, estoy autocompadeciéndome, estoy quejándome por todos ellos que ya nisiquiera se quejan y sólo estoy logrando sentirme altruista por medio segundo y el tiempo restante una total y vil porquería. No les estoy hablando, mucho menos los estoy escuchando. Estoy haciendo un ejercicio sumamente egoísta del que me cansé porque no hay cosa en el mundo que me parezca más tétrica que poder hacer las cosas y por confusión mental no hacerlas.

Tiempo para no pensar en mí. Tiempo para devolverles algo en medio de todo lo perdido, cualquier cosa medianamente sincera que pueda surgir de adentro. Tiempo, muy poco tiempo.



Suena: La marseillaise (Django Reindhart) Still day beneath the sun (Opeth).